lunes, 2 de junio de 2025

La maravilla de hablar el mismo idioma… de formas tan distintas

Por Alexander Paredes


Cuando me preguntan por qué me hice maestro de idiomas, suelo decir que fue por amor. No solo amor a las palabras, sino a lo que esconden, a lo que revelan de nosotros. Hablar una lengua no es solo saber gramática: es entrar en un mundo. Y aunque parezca que todos los que hablamos español compartimos el mismo idioma, la verdad es que cada país, cada región —incluso cada barrio— lo transforma en algo propio.

En el ámbito hispanohablante, abundan ejemplos de malentendidos lingüísticos derivados de la variación dialectal. Un caso frecuente es el uso de la palabra mota, que en países como Perú se refiere al borrador del pizarrón, mientras que en otros, como México, se asocia coloquialmente con la marihuana. Esta divergencia puede generar situaciones incómodas o confusas para hablantes no familiarizados con la variedad local.

Otro ejemplo ilustrativo ocurre en contextos institucionales. Un colombiano recién llegado a México, al escuchar la expresión “damos citas hasta las 9”, podría interpretar que el horario límite para solicitarlas es antes de esa hora. Sin embargo, en ese contexto, la expresión suele significar que las citas comienzan a partir de las 9 de la mañana. Esto demuestra que el significado no reside solo en las palabras, sino también en las prácticas sociales que las rodean.

Asimismo, el uso del verbo coger es otro caso emblemático de variación semántica. Mientras que en España o en países sudamericanos como Uruguay y Argentina este verbo se emplea sin connotación sexual (“Voy a coger el bus”), en contextos como el mexicano o en algunos sectores del Caribe, la expresión puede resultar vulgar u ofensiva. Este tipo de diferencias pone de relieve la necesidad de desarrollar no solo competencia lingüística, sino también competencia sociolingüística, es decir, la capacidad de adaptar el discurso al entorno comunicativo.

Estas situaciones, que a primera vista pueden parecer anecdóticas, son en realidad oportunidades pedagógicas. Muestran que el idioma está profundamente ligado a la cultura y que el aprendizaje real ocurre cuando el estudiante comprende no solo qué decir, sino cuándocómocon quién y por qué decirlo de cierta manera.

Este enfoque es respaldado por autores como Teun van Dijk, quien plantea que el análisis del discurso es una transdisciplina que articula saberes de la lingüística, la sociología, la psicología y la antropología para entender el lenguaje como un fenómeno social. Asimismo, el lingüista Dell Hymes introdujo el concepto de competencia comunicativa, señalando que saber una lengua implica más que conocer su gramática: requiere saber usarla de forma adecuada en distintos contextos sociales.

La enseñanza de idiomas, por tanto, debe ir más allá de la corrección formal o la memorización mecánica. Debe fomentar en el estudiante una mirada crítica y flexible, capaz de reconocer que hablar un mismo idioma no implica hablarlo de la misma manera. La diversidad lingüística no es un obstáculo, sino una riqueza.

Comprender esto no solo mejora la competencia comunicativa, sino que también cultiva la empatía, el respeto por la diferencia y la capacidad de adaptación intercultural. Enseñar idiomas, en este sentido, es también enseñar a habitar el mundo con conciencia. Y ahí, justamente, reside su maravilla.

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